miércoles, 24 de enero de 2018

Su palabra cambia

«Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud». 2 Timoteo 3: 16
Tenía catorce años cuando vi por primera vez una Biblia. Mi padre era un conductor de camiones infiel a mi madre y, siendo el mayor de siete hermanos, veía el divorcio a la vuelta de la esquina. Fue entonces cuando una anciana compartió este precioso libro con nuestra familia. Mi padre acudió a una carrera de coches y, cuando regresó a casa, comenzó a leer la Biblia. Nunca olvidaré aquel día. Estaba leyendo en la cama cuando me vio pasar y me dijo: «Leo, ¿adonde vas?». «Voy a jugar al fútbol y después al cine», le contesté. Entonces me dijo: «Leo, en lugar de jugar tanto al fútbol e ir al cine, deberías leer este libro». ¡Aquello me impactó profundamente! Mi padre estaba cambiando su vida y, gracias a ello, toda nuestra familia aceptó el mensaje adventista. Un tiempo después mi madre y yo escuchamos a algunos maestros de nuestra universidad en Sao Paulo, Brasil, y uno de ellos me dijo: «¡Hijo, esa escuela es para ti!». Empecé a asistir a la Escuela Normal, que es una institución dedicada a la formación de maestros y profesores, para convertirme en maestro de primaria. Durante mi época de estudiante, pasaba los sábados por la tarde leyendo entre sesenta y ochenta capítulos de la Biblia. Además, empecé a memorizar versículos de la Biblia y a recitarlos en los devocionales por la mañana. La Biblia no solo me inspiró, sino que además me ayudó a sacar mejores notas. Fue entonces cuando sentí el llamado de Dios para trabajar en el ministerio. Me pidieron que dirigiera las reuniones de la Sociedad de Jóvenes y después de un tiempo me encargué de las reuniones en las iglesias de Sao Paulo. Luego conocí a mi compañera, Lucila. Nos casamos, nos mudamos a Estados Unidos, terminamos nuestros estudios y regresamos a Brasil, ahora con tres hijos. La mayor sorpresa fue que, mientras dirigía a los jóvenes en el sur de Brasil en 1970, el Señor me llamó a ser el primer brasileño en servir como director asociado del Departamento de Jóvenes de la Asociación General. Alabado sea el Señor por su Palabra y su poder para transformar vidas. Leo Ranzolin, Brasil

El nos cuida

«El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende». Salmo 34: 7, RV60
Mientras transcurría la hora de clases repetía la misma pregunta en mi mente: «¿De verdad le importo al Señor?». De pronto supe que la clase había finalizado así que, todavía distraída en mis pensamientos, tomé mis útiles y salí del edificio. El cielo estaba despejado, por lo que se podían apreciar las estrellas titilando en el firmamento. Llamé a mi madre para que me fuera a recoger a la universidad. Me senté en el suelo y me recliné contra una pared mientras veía a mis compañeros salir del salón de clases. Parecía como si me hubiera adueñado de la universidad, pues no se veía alma alguna en el plantel. Minutos más tarde llegó mi madre y me apresuré a subir al vehículo. Al entrar la saludé con el mismo cariño de siempre, a pesar del cansancio atroz y del hambre que los quehaceres del día me habían provocado. Mientras conducía le conté mi día y a seguidas le comenté la duda que había dominado mi día; «¿De verdad le importo al Señor?». Al cruzar por las puertas de la universidad mi madre aceleró un poco y continuamos conversando. De repente, escuchamos dentro del carro una voz que dijo: «¡Cuidado! ¡Cuidado!». En ese momento, y a pesar de no haber visto nada peligroso en el camino, mi madre frenó. Giré la cabeza para mirar quién había proferido tales palabras, pero no había nadie dentro del carro, aunque me pareció haber escuchado una voz dentro del vehículo, a nuestro lado. De pronto, el potente rugido de un carro deportivo que pasó frente a nosotros captó nuestra atención. Este carro deportivo cruzó en sentido perpendicular al lugar donde nos habíamos detenido. Después de unos instantes de silencio aterrador mi madre me miró y me dijo: «Dime que tú oíste lo mismo que yo oí». Solo atiné a asentir con la cabeza. En ese momento mi pregunta recibió respuesta y de forma tan contundente que no me quedó duda alguna. ¿De verdad le importo al Señor? ¡Sí! Tanto que presta atención al más insignificante de mis pensamientos; tanto que aunque soy solo una motita en el vasto universo él se preocupa por mí y me guarda del peligro. Hoy puedes iniciar un nuevo día con la seguridad de que «si él cuida de las aves, cuidará también de ti». Kimberley Saint Hilaire

Dios tiene el control.

«Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará». Salmo 37: 5, RV95
Hace un tiempo recibimos el sábado en la habitación de hospital donde papá estaba ingresado. «Te quiero mucho, te veo en un rato», le dije al marcharme. «Gracias, y yo a ti», me contestó devolviéndome la sonrisa. Sabía que sería la última vez que nos escucharíamos decir esas frases que tanto nos habíamos repetido. En enero de 2015 diagnosticaron a mi padre cáncer de colon y, para entonces, la enfermedad ya se había extendido a varios de sus órganos. El pronóstico no era nada bueno, pero el Señor tenía otros planes para él y, desde el día en que fue diagnosticado hasta la mañana de sábado en que descansó, Dios se mostró ante nosotros en forma maravillosa. Puede parecer imposible sacar algo bueno de una situación así, pero puedo garantizarte que, a través de mi padre, yo «he visto» a Dios. Dependencia absoluta del Señor. Esa fue la actitud que adoptó papá desde el primer minuto. En cada conversación, ante cada noticia médica que recibíamos, en cada experiencia diaria, él solo repetía una frase: «Dios está al control». Dime, ¿no te parece que esta es una técnica ideal para enfrentarte a los problemas que tienes hoy? No esperes a que la cosa se tuerza demasiado; levántate cada mañana y pon tu vida en manos de Dios, y sentirás que todas las cosas son posibles, que los problemas no son el fin, que no hay por qué rendirse… En fin, Dios se manifestará en tu vida y te susuirará cada día: «Donde tú no llegues, llego yo». En los veinte meses de batalla, en todo cuanto hizo y dijo, papá mostró confianza plena en Dios. No dejó de reír, de trabajar ni de ayudar. Falleció con una sonrisa dibujada en el rostro y, a pesar del dolor tan desgarrador que siento al escribir estas líneas, yo he decidido seguir su ejemplo y colocar mi vida en manos de Dios. Sé que veré a mi papá dentro de poco, cuando Cristo venga. Mientras tanto, saber que nuestro Creador lo tiene todo bajo control, que ha pensado en cada detalle, que sufre y se alegra con nosotros y que conoce el porqué de todas nuestras preguntas, constituye una experiencia que no tengo palabras para explicarte; tienes que vivirlo, y hoy te invito a hacerlo. ¿Te animas? Marta (y Juanjo) Reta, España